sábado, 16 de agosto de 2008

Veinticuatro horas

Veinticuatro horas son suficientes para vivir no más que esto.
Y cierro los ojos y el tiempo cambia su cronología.
Nuevamente abro las ventanas,
más veinticuatro horas de recomienzo
y más algunas horas para el sueño.
El principio y el fin.
Y nunca la muerte.
¿Dónde estará?
¿En qué bar deglute el aperitivo alentador para el trabajo duro pródigo de
embarque de fríos?
Sí, veinticuatro horas son suficientes para ver la aurora,
el atardecer,
la lluvia
la brisa,
el sol,
el mar,
el río.
Vomitar palabras sucias y corregirlas.
Pedir disculpas
volver a ser,
terminar el guión,
bailar con la vida.
Veinticuatro horas son necesarias para que el hombre viva en la ciudad
y vaya al
campo.
Veinticuatro horas para sentirse,
desvestirse,
observar el espejo, porque de él no podemos huir.
Y son veinticuatro horas corriendo, acomodando los sentidos a
las tristes figuras.
Oyendo reggae, axé music,
Jamás oyendo Bach
Veinticuatro horas para purificar los sentidos.
Beber agua.
Beber la risa y transformarla en lágrimas de lluvia que caen al
ritmo de los
veinticuatro tañidos de la campana.

Poema de Celeste Martinez
traduzido do português para o castellano pela escritora argentina Myriam Rozenberg

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